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El sonido de mi música no la alcanza

Todas las tardes practico con mi flauta dulce. Lo hago en un lugar húmedo, solitario y sin ningún oído que pueda escucharme cerca. El sonido de mi flauta no cautiva a nadie. A nadie que la escucha le gusta mi melodía. Siento que mi flauta no es dulce, más bien es amarga. Todos, al escucharme, arrugan la cara. Al parecer, solo a mí mismo me gusta el sonido de mi música. Solo a mí me gusta despejarme para oír el sonido de mi flauta dulce. O tal vez, solo tal vez… mi oído es el que está mal. No tengo oído absoluto. Mi música no es la favorita de nadie. Creo que mi música es mi perdición: es la que me aleja, pero también la que me encuentra siempre solo. Es la que conmueve a mi triste soledad y la hace dulce. Otros prefieren escuchar otra cosa. Yo escucho mi flauta para escapar de los demás, para escapar de mí. No suena más mi voz. Suena mi acompañante, mi amante, mi mejor amiga. Ella siempre está allí. Ella no necesita un oído absoluto. Ella me necesita a mí, y yo a ella para escapar del ...
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Carta a un fracasado

  Buenos días, si es que por allá es de día. Hace ya un tiempo tenía ganas de escribirte, mi viejo y querido amigo. Me enteré de que nuevamente estás buscando la manera de triunfar, y me alegra saber que no te has rendido. Aun así, mantén cautela, porque cuando te va mal con estas decisiones arriesgadas, sueles reaccionar de forma desmedida. Te pido, por favor, que cuides mucho tu salud; y con eso no me refiero solo a la física, amigo. Sabes bien que en las noches frías de diciembre terminas en llanto y alcohol por aquellos días de antaño, esos en los que crees haber sido feliz de forma pura, y olvidas cada dificultad que enfrentaste en cada proceso. Querido amigo, te recuerdo que no estás solo. Mi motivo al escribirte no es solo saludarte, también quiero recordarte eso último. Sé lo melancólico que eres, lo fácil que te entregas ante tu amante, lo mucho que la buscas. No te precipites: tu querida y dulce muerte aún está esperando por ti. No debes sentir ningún afán por ir con ella...

El grito de los malditos

Grito sin eco. Así lo sentí. Entrando en lo profundo de la pared, yacía Marx llorando su comunismo: distopía de mierda, mientras un Ruso lo consolaba. ¡Libertad, libertad del hombre por el hombre! Jaula de lobos camuflada en democracia. Democracia social que solo se ve en banquetes de burócratas, camufladas en mártires. Morimos con la ilusión de presenciar el cambio, el gran cambio, cuando ese cambio no existe. Y si pudiera existir, estaría en nuestro yo, nuestro ser. Ese ser que brama por vivir y morir a la vez, en el absurdismo de la vida.   Volteé, y allí estaba. Miraba, sentado en chanclas, fijamente. Gritó. Gritó sin eco: ¡Responsabilidad, responsabilidad existencial! Solo la valentía nos lleva al abismo, y ahí creamos alas. Grito, grito, grito sin eco. Antígona: leyes por la moralidad. Y el resultado: esclavitud y pobreza mental.   Caminaba pensando y tropecé con el sabor de mi mentira. El héroe, el héroe europeo. La fábrica está ya,...

Mi peor enemigo

Todos corren, todos hacen, todos viven. ¿Y yo? ¿Por qué no puedo? A veces intento hacer un esfuerzo por mí, pienso que tal vez esta vez podré correr, crear y vivir al igual que todos. Pero se ve tan lejano. Y más que lejano, inalcanzable. Quería ser artista, pero nunca me sentí lo suficientemente buena. Quería dirigir cine, pero mis ideas me suenan vacías. Quería ser escritora, pero lo que escribo no me sabe a nada, me parece insípido. Siempre hay un “pero” detrás de todo lo que quiero. Pero esto. Pero aquello. Pero yo. Y al final no hago nada, porque los peros me aplastan, o porque mi mente ya me ha vencido antes de empezar. ¿Cuándo voy a hacer algo sin sentir que no valgo? Tengo mil ideas en la cabeza, mil imágenes, palabras, escenas, como si mi mente no pudiera dejar de crear. Pero justo cuando creo que puedo empezar, algo dentro de mí se quiebra. Una voz aparece. Una pequeña sentencia que me dice que no soy capaz. ¿Lo soy? ¿Soy capaz? ¿Por qué siento que no?  Y me dicen floja p...

No era solo un sueño, esa mujer existe y de mis sueños ella se desvaneció

Ella solía aparecer en mis sueños. Siempre. Su rostro irradiaba una felicidad extraña, suave… pero nunca hablaba. Eso me desconcertaba. Al principio, parecía disfrutar de mi presencia. Se reía, pero sin emitir ningún sonido. Y, aun así, con sus gestos, con esos pequeños detalles que me ofrecía sin pedir nada a cambio, me hacía feliz. Y yo sentía que a ella también le gustaba verme así, sonriendo, tranquilo. No hablaba, pero sentía. Y sentía mucho. Le gustaba estar allí, aunque nunca dijera una palabra. Había algo más que me inquietaba: no podía ver con claridad su rostro. No porque estuviera borroso, sino porque su belleza era tan evidente que no sabía si era real o si mi mente se negaba a entenderla del todo. Con el paso del tiempo, llegué a sentir que me amaba. Pero había algo en ella, un temor silencioso. Le asustaba que yo me acercara. Y no por lo que hacía, sino por cómo la miraba. Como si mi forma de verla la desarmara. Como si no creyera que alguien pudiera mirarla así. Ella no ...

Cuando el dolor piensa por mí

Debo tomar dos o hasta cuatro analgésicos al día para poder pensar. Es como si el dolor de cabeza tomara toda mi capacidad para soportar la existencia. No me deja concentrarme, no me deja recordar, no me deja hablar, no me deja respirar. Duermo con dolor y despierto con dolor; parece ser mi compañero fiel, el que no me abandona. Mi mente parece trabajar más lento, y hasta puedo sentir cómo se detiene por momentos. Mi cuerpo va más despacio, y hasta me cuesta caminar, y tan solo tengo 19 años. Creo que mi cuerpo ha envejecido más rápido por la carga de mis pesares, pesares que me han acompañado por mucho tiempo. Llevé mi mente al límite, y ahora el que sufre es mi cuerpo. A veces me siento tan cansada que ya no puedo distinguir si es físico o mental; puede que sea ambos, pero eso ya no importa. El dolor me ha acompañado por unos dos años y un poco más; unas veces no duele tanto, otras veces duele más, pero ahí siempre está. Es tanta su intensidad, que hay días en que opaca mi agonía men...

Un padre de familia

¿Cuándo me convertí yo en padre? ¿Cuándo me convertí yo en el sol? Quizás fue esa vez que el mundo que me crió lloró y solo yo pude verlo. Quizás fue esa vez que mi sol se apagó y yo lo abracé. Quizá fue cuando todo mi universo se quebraba a mi alrededor y mi única opción fue sonreír por ellos. Porque, aunque un niño no pueda ayudar a un adulto, lo va a intentar, aunque tenga que entregar su corazón en el proceso. Quizás por eso brillo, quizás por eso no puedo evitar correr al escuchar a alguien llorar. ¿Podré ayudar a todos? La respuesta no importa. Nunca pedí ser padre, realmente nunca quise ser uno, pero últimamente no puedo dejar de pensar que la vida me puso a mí en ese papel y que ni siquiera lo había notado. Hoy, viendo más a fondo mi vida, me doy cuenta de que sí, he tenido la suerte de ver a personas a mi alrededor crecer, personas que cuando las conocí no eran más que pequeños niños buscando un consejo, un amigo, alguien en quien confiar. Sin dudar, fui la mano de esos niño...