Había algo que no sabía explicar con palabras, algo que nacía en lo más profundo de su pecho cada vez que pensaba en esa idea, en esa posibilidad. No era una historia de traición ni de dolor; no esta vez. Era la simple, pero abrumadora, sensación de que el amor, el verdadero amor era un fenómeno que nadie podía controlar.
Se preguntaba si el amor era esa revolución interna que lo sacudía cuando veía a alguien especial, esa ansiedad tibia, esa electricidad silenciosa que lo dejaba inquieto durante horas. Sentía que la vida, en su infinita rareza, cobraba sentido en esos instantes. El amor, pensaba, no era algo que se buscara: era algo que te encontraba, como un viento que sopla en el desierto cuando ya no esperas sentir nada.
Para él, cuando el amor aparecía, todo se transformaba. El mundo entero quedaba fuera de foco y esa única persona se volvía la luz alrededor de la cual giraba su existencia. No era obsesión, era dedicación; no era vacío, era plenitud. Era esa necesidad de alejarse de todo para construir un pequeño universo compartido. El amor era su prioridad, su refugio, su respuesta a la pregunta que tanto lo había atormentado: ¿por qué seguir existiendo?
Pero también había miedo. No del amor mismo, sino de las personas que a veces lo usaban sin entender su peso. No temía amar; temía confiar en quien no sabía cuidar de algo tan inmenso. Aprendió que no era el amor el que lastimaba, sino la falta de responsabilidad en quien lo recibía. Y entendió que amar era una decisión tanto como un sentimiento: había que saber ver a quién le dabas tu vida entre las manos.
A pesar de todo, seguía creyendo. Seguía pensando que tal vez el sentido de la vida era superar las heridas, atreverse de nuevo, mirar el horizonte sin amargura. Porque si la vida fuera fácil, razonaba, quizá perdería su belleza. La lucha, el dolor y la felicidad estaban entrelazados, y eso hacía que cada pequeña victoria, cada pequeño amor sincero valiera la pena.
Se quedó en silencio, observando el cielo que comenzaba a oscurecerse. No tenía todas las respuestas. No sabía si alguna vez volvería a sentir esa revolución pura dentro de su pecho, ni si encontraría a alguien que realmente entendiera la magnitud de lo que estaba dispuesto a ofrecer.
Pero, de alguna manera, dentro de sí mismo, aún quería creer.
Por: Lumar Carranza.
Lumar es un gran poeta, lo admiro mucho
ResponderEliminarYo creo que estoy sintiendo cosas por el
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